En plena semana aniversario de la toma de terrenos en
Pirayuí se programan distintas actividades entre las
familias ocupas. Mañana se cumple un año de la difusión
mediática de la toma masiva en esta parte de la ciudad, donde
en un primer momento se relevaron 600 familias; pero hoy el
número no supera las 200. En una recorrida realizada por
época en la zona, se pudo observar que pese al empeño de los
vecinos por mejorar sus condiciones habitacionales,
resisten en la precariedad y el peligro a raíz de las
conexiones precarias a la luz.
Si bien algunas familias han logrado mejorar sus casillas y
cambiaron aquellas carpas por casillas de machimbre; otras
viven en ranchos construidos con retazos de lona, chapa y
material reciclado de la basura.
“Fui una de las primeras que se instaló con todo el grupo de
familias. Estoy acá por necesidad, porque no me quedó otra: mi
marido me pegaba y no quería seguir viviendo en esas
condiciones; por eso agarré mis hijos y me vine”, contó a época
Norma Sosa, quien vive junto a sus seis hijos en un ranchito con
bases de madera y remiendos de lona, chapa y cartón.
Al igual que otras mamás que decidieron usurpar por voluntad
propia, Norma dijo ser desocupada y “amañarse” con la venta
ambulante de productos para la subsistencia. “También nos
vamos al comedor del barrio, Pokemon; cuando no tengo plata los
chicos se van con el papá, los fines de semana”, precisó la
mujer.
Carlos, vecino de Norma, dijo que el mayor problema de vivir
en esas condiciones es cuando el clima empeora. “Cuando está
muy feo y vemos que habrá tormenta, nos vamos a lo de un familiar
para no arriesgarnos”, comentó el joven, que vive junto a su
pareja y aún no tienen hijos.
Ayer el asentamiento estaba intransitable por el barro tras
la intermitente lluvia. Algunos ocupas caminaban descalzos
para ir a la casa del vecino y charlar temas de rutina. Al
mediodía, el grupo que vive en la zona del puente blanco había
organizado una olla popular para no dejar pasar la fecha.
Esperaban la visita de los medios de comunicación, pero el
mal tiempo arruinó los planes.
“La gente vino, algunos comieron acá, como pudieron, otros
vinieron con sus ollas y llevaron porciones. Es que la lluvia no
paraba a esa hora. Pero igual hicimos la comida para
compartir y no dejar pasar de largo el día”, comentó a época
Silvia Jeres, una mujer que lleva adelante una especie de
merendero que funciona gracias a la donación de dos personas
que se sensibilizaron con las familias ocupas.
“A través de los medios conocieron el asentamiento y desde
entonces colaboran con leche, que repartimos entre los
vecinos. Por nuestra parte, estamos intentando levantar un
comedor pero por esta indefinición que hay no podemos armar
nada”, resaltó Jeres.
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